
La superficie de la tierra está conformada por un 70.8% de agua, de éste el 97.6% lo constituye el agua salada, el 2.4% corresponde a agua dulce, del cual solo un 0.02% está presente en aguas superficiales como lagos, ríos, y embalses. Al interior del planeta, el ser humano como expresión de la vida, está conformado por aproximadamente 70% de agua, siendo este compuesto un elemento predominante e indispensable para la existencia en todas sus formas posibles. Pero para que este preciado líquido se exprese en todas sus formas y en un continuo ciclo, deben darse unas condiciones de estabilidad en la naturaleza. Debe existir un equilibrio de relaciones entre todos los seres sintientes y no sintientes que comparten esta casa como su hogar en común.
Desafortunadamente el planeta está sufriendo cambios drásticos a la par que evolucionan las sociedades y hoy las luchas a nivel global son por el control de los recursos y de los territorios, acciones que repercuten negativamente en la tierra, y que están generando una crisis ecológica como bien lo refiere Sagols en el artículo Ecoética y Crisis Ecológica, en el que se menciona como el cambio climático es una de su mayor manifestación y como este fenómeno causa el agotamiento de los recursos. “La causa de la crisis ecológica está en nuestra cultura antropocéntrica abusiva: nos hemos considerado el centro único y supremo, la especie más importante con derecho ilimitado a reproducirnos y disponer de todos los recursos terrestres”.
Ante estos desafíos, es de vital importancia despertar en los territorios el sentido de pertenencia por el agua, por la fuente, por el ecosistema que subsiste en torno a ella. Razón por la que surgen los acueductos comunitarios del seno de las comunidades para desarrollar estrategias de autogestión de su patrimonio territorial local, gestionando entre otros aspectos el agua, para que se pueda aprovechar tanto en lo urbano como en lo rural, y para que las futuras generaciones puedan disfrutar de una herencia invaluable, de un sentir cuya semilla sembraron y protegían los ancestros.
Para la Organización Mundial de la Salud una comunidad es un grupo especifico de personas, que viven en una zona geográfica definida, comparten la misma cultura, valores, normas y están organizadas en una estructura social conforme a las relaciones que han desarrollado a lo largo del tiempo. Sus miembros tienen conciencia de su identidad como grupo y comparten necesidades comunes y el compromiso de satisfacerlas, siendo la comunidad desde esta perspectiva un espacio en donde se genera compromiso, desarrollo de capacidades, y sentido de pertenencia por el territorio y sus recursos.
Es claro que somos agua, y como bien lo expresa Araujo “Somos agua que piensa” una frase que invita a reflexionar de muchas formas, pero más que a pensar, invita a repensar la percepción que se tiene respecto de lo que significa el agua, el hábitat que la rodea, el territorio en el que se expresa y el papel que, como actor dentro de éste, tiene la comunidad.
Lo que una población piensa hoy respecto a la conexión que tiene con el agua, el medio ambiente y toda expresión de vida, está siendo fuertemente influenciada por el medio de vida vertiginoso en el que viven actualmente los territorios altamente influenciados por los avances tecnológicos y la economía de consumo global. “La globalización comporta la comercialización del planeta en todas sus formas a través de una serie de medios de apropiación interconectados, entre ellos la conversión del ecosistema en el aparato mundial de producción, y el aparato de infoentretenimiento global del nuevo contexto multimedia” (Braidotti, p18).
Este medio de vida interconectado y acelerado, ha permeado en la mentalidad de muchos seres humanos, tal como refiere Leonardo Boff, “el proyecto científico tecnológico de apropiación sin límites de la naturaleza, ha sido posible porque se ha destruido la conciencia de una gran comunidad en la que se encuentra inserto el ser humano junto con los demás seres”, de tal manera que su interrelación con la naturaleza se mide en relación al costo beneficio, producto de la influencia de las teorías utilitaristas, de las cuales se puede inferir que la naturaleza esta para el servicio del ser humano, pero sin tener en cuenta que aunque le presta beneficios necesarios, el costo es alto puesto que no se está garantizando la supervivencia de los recursos, ni la integridad del planeta para el disfrute de las futuras generaciones. ¿Cuántos seres humanos están al servicio de proteger la naturaleza?
Ante esta realidad, se requiere con urgencia volver al inicio, a reencontrar una conciencia que proviene de la mentalidad ancestral en la cual el ser humano es expresión de vida, parte de un todo, de un sistema universal, y en la que el agua es sagrada. En palabras de Mejía y Santos (2010) “todo lo que nos rodea está vivo y se encuentra en permanente cambio, en el universo todo está relacionado, todos tenemos un espíritu, el universo está regido por leyes que debemos conocer y respetar” (pp. 17-18). El “Re-encontrarnos con la psicología que respeta y reconoce a las montañas, lagunas, árboles, piedras, y todo lo que pertenece a un orden cósmico, ha permitido expandir lo que la humanidad quiso reducir al ojo de la carne”. Es tal vez una invitación a despertar aquel sentir universal que parece que se adormeció desde que se dio inicio a la revolución industrial, y que motive al ser humano a reflexionar sobre su relación con la naturaleza, en especial con el agua y a ejecutar actos de responsabilidad en torno a su protección y conservación. Es lograr percibir las expresiones que constantemente el planeta manifiesta, en razón de las acciones que toma la humanidad ya que éste reacciona al estrés generado a lo largo de la historia enviando señales de auxilio (Pandemia, Fenómeno del niño, Fenómeno de la niña y otros eventos naturales) para entender y atender a su llamado.
La Corte Constitucional mediante sentencia T-622 del 16 de noviembre de 2006 declara al rio Atrato como sujeto de derechos, asumiendo un enfoque eco céntrico dentro de la justicia ambiental. “la naturaleza y el medio ambiente son un elemento transversal al ordenamiento constitucional colombiano. Su importancia radica en atención a los seres humanos que la habitan y la necesidad de contar con un ambiente sano para llevar una vida digna y en condiciones de bienestar, pero también en relación a los demás organismos vivos con quienes se comparte el planeta, entendidas como existencias merecedoras de protección en sí mismas. Se trata de ser conscientes de la interdependencia que nos conecta a todos los seres vivos de la tierra; esto es, reconocernos como partes integrantes del ecosistema global -biósfera-, antes que, a partir de categorías normativas de dominación, simple explotación o utilidad”.
Acorde a esta línea de pensamiento, no se trata de impedir el uso o la gestión de los recursos, se trata de que se actúe de forma honesta, consciente, responsable. Es necesario que se entablen diálogos en torno a lo político y económico referente a la gestión del agua y a la protección de los ecosistemas, del hábitat, en la cual se trate de buscar el equilibrio entre la valoración intrínseca de la naturaleza y su derecho a seguir existiendo, frente a la posición costo beneficio planteada por las teorías económicas. Aldo Leopold plantea una ética desarrollada bajo la premisa de que el individuo es miembro de una comunidad de partes interdependientes, propone una ética de la tierra en la que ensancha las fronteras de la comunidad para incluir suelos, agua, plantas y animales, o de manera colectiva, la tierra.
Los acueductos comunitarios y las comunidades de que son parte, son de gran importancia histórica y social puesto que recogen este sentir, una tradición histórica, ancestral del sentido de pertenencia por la tierra, por el agua, por su entorno. Sus luchas no son contra ellos mismos, son contra este fenómeno de mercantilización, de antropocentrismo decadente que pretende asfixiarlos, pero que contrario a lo esperado han aprendido a ser resilientes, porque se niegan a perder la conciencia colectiva que les da su razón de ser, y porque entienden que en la interrelación con el entorno esta su supervivencia. Pero hay que tener en cuenta que no toda la comunidad tiente cultura ambiental, ni el sentir de actuar como guardián y gestor del agua lo cual es una falencia que se evidencia y en la que es necesario trabajar desde la interdisciplinariedad.
Es necesario desarrollar la capacidad de utilizar los recursos con que cuenta una comunidad para adaptarse a la adversidad, a través de la reorganización y transformación positiva. Formar en las comunidades una ética con sentido ambiental, pero para ello se debe en primer lugar invitar a conocer el territorio, sus especies, la fuente que proporciona el agua que llega a las viviendas, y el acueducto que la gestiona; en segundo lugar, propiciar el amor y el orgullo por los recursos propios, despertar esa conexión latente con la fuente de vida, entender que es parte de ese andamiaje que opera en una sincronía perfecta con el todo; y en tercer lugar ejecutar acciones responsables de ahorro y protección desde el hogar, fomentar valores como la honestidad, la responsabilidad, humanidad, el sentido de pertenencia por el patrimonio local, reforzar la solidaridad, y el respeto por el privilegio de vivir en este planeta azul del cual es parte toda la humanidad.
El fortalecer la cultura y ética ambiental contribuye de forma directa en vivir en condiciones más dignas, y en la salud mental no solo de la humanidad si no de nuestro hogar sintiente llamado tierra.

